Huachalalume, Poesía en Seguridad
Cuando a principios del año 2005 pensamos en lo que se transformaría la Revista de Poesía Espantapájar@, teníamos presente la función social que la poesía tiene, y como tal, buscamos crear un espacio en el medio local donde la poesía convergiera en aquellos más alejados de las, a veces, elites académicas. Por este motivo, no era extraño que en pos de cumplir nuestro proyecto, realizado con el esfuerzo de la artesanía y la manualidad, nos encontráramos caminando con mi amigo Paulo San Páris una extensión significativa de kilómetros por esa carretera que nos conduciría al poblado de Huachalalume, lugar donde desde hace un tiempo está uno de los recintos penitenciarios de alta seguridad más importantes de mi país, Chile.
Habían pasado unos días desde que publicáramos en la página del diario local la convocatoria para publicar en el próximo número de nuestra revista realizada bajo el alero universitario. Por este motivo, y por el alcance impensado que ha ido adquiriendo en el medio nacional nuestra modesta revista, recibimos un correo electrónico del encargado de los talleres artísticos para los presidiarios en el cual nos invitaba a participar de alguna forma con ellos y hacer, de esta manera que la poesía llegara a lugares retirados de nuestros medios cotidianos. Es así como llegamos al recinto penitenciario, un lugar alejado de la ciudad, un poblado propio, lleno de frío y de soledad, con una construcción enorme para albergar a los presos. Como contraparte, la belleza del paisaje, con sus extensos campos verdes y sus cerros semidesérticos adquiriendo el verde tras el recurso entregado por la lluvia. Así fue como San Páris y yo nos encontrábamos camino a Huachalalume, caminando, como es propio de quien quiere hacer camino.
Al llegar al recinto penitenciario, recibimos la cordial bienvenida de un gendarme que, cargando una metralleta, nos señaló a Rodrigo, el encargado del taller que nos estaba mirando mientras caminábamos por la carretera hacia lo alto del recinto penitenciario. Ya entregados nuestros documentos de identidad y revisados nuestros bolsos, bolsillos, chaquetas, y ya desprendidos de nuestros teléfonos móviles y anteojos de sol, ingresamos a los fríos y enjaularios pasillos de este moderno recinto. Todo lleno de rejas y barrotes, de alambres para dividir, de gendarmes con armas y con un frío penetrante que nos acompañaba a medida que pasábamos las medidas de seguridad precautorias y nos dirigíamos al taller.
Tras saludar a los directores de los distintos talleres que se imparten a los internos, pasamos a una sala preparada para el taller de literatura, en ésta ya se encontraban algunos de los diecisiete participantes del taller, varios de ellos con un prontuario delictual muy amplio, que los ha tenido reclusos por años, décadas. Sin embargo, ahí nos encontrábamos con personas privadas de la libertad, pero ansiosas por el tema poético, pues si la poesía no es capaz de entregar una libertad mayor que la que entreguen las llaves de las celdas, entonces qué. Tras una primera sesión introductoria al tema poético, pudimos explayarnos en lecturas, en temáticas sobre gustos y estilos, sobre geografías e historias poéticas. Posteriormente, orientamos nuestro taller a las figuras literarias, viendo con ejemplos extraídos de textos poéticos escritos por autores consagrados cómo el uso de éstas determina un lenguaje poético. Fue emocionante ver la actitud de algunos de los internos de la cárcel, llenos de asombro al comprobar el uso cotidiano que tienen las figuras literarias en un lenguaje informativo, y más aún la rigurosidad que prestaron al realizar los ejercicios que les señalamos con San Páris.
Las siguientes sesiones del taller de poesía que realizamos en la cárcel de Huchalalume, fueron también acompañadas por mi amigo poeta Cristian Pérez, y atendieron a aspectos formales del texto que redundan en un conocimiento de causa, tales como lo relacionado con la métrica, el uso del adjetivo y el sustantivo, y cuestiones de tipo semántica y sintáctica que a la larga se pueden tomar o desechar en el proceso creativo, pero es que es conveniente atender o desatender desde el conocimiento de lo que ello significa.
En realidad, lo más significativo, es ver cómo personas retenidas de su libertad han hecho de la poesía un acto que los eleve a lugares lejanos de los barrotes, donde no hay límites, donde todo es libertad bajo el concepto más alto del lenguaje. Algunos de los asistentes al taller aprendieron a leer en el recinto penitenciario, y han hecho de la poesía un modo de expresión vital para sus limitadas circunstancias. Su aprecio a lo poético no se limita por lo circunstancial del presidio, es así como uno de los participantes del taller guarda en un archivo manual los pocos libros de poesía y literatura de los que disponen, los entrega un viernes por la tarde, que es el día del taller, y los recibe de vuelta el viernes siguiente. Es conmovedor ver cómo con tan pocos recursos y en un lugar de tanto aislamiento social, se concibe un espíritu humano tan noble gracias al efecto libertario que la poesía permite. Hay cordialidad, respeto, silencio y una trascendencia de la poesía sobre los espíritus muchas veces dolidos en sí mismos y en el arrepentimiento. Por ello, una próxima misión consiste en, desde nuestra libertad física, buscar los libros que permitan conformar una biblioteca para los asistentes al taller de literatura de este recinto penitenciario.
No tengo muy claro quién es el más beneficiado de este taller, si los internos de la moderna cárcel de alta seguridad o yo y mis amigos, que cada vez que salimos del recinto quedamos llenos de gozo y poesía por la recepción y las circunstancias de éstas. La poesía debe tener una función social, y el poeta un compromiso con los más alejados o marginados del deleite interno que la poesía permite. Hacer una obra poética ha de ir más allá de la escritura, como la poesía misma que es más que lenguaje; ha de tener una búsqueda que envuelva a otros, y en este ir y estar, ser o hacerse un poeta.
Benjamín León