La Tragedia Estética del Instante.

Don Pablo, paseando por la playa de su Isla Negra, encontró un tablón, era una puerta de un barco que había naufragado, lo convirtió en su mesa de trabajo
Don Pablo, paseando por la playa de su
Isla Negra, encontró un tablón, era una
puerta de un barco que había naufragado, lo
convirtió en su mesa de trabajo

Una vez que hube finalizado la lectura de “Residencia en la Tierra”, que pasaron ante mí: mares, hierros, amasijos, masas vivas, pretensiones corpóreas, recién entonces, me caí en las odas, alunicé en la odas.

Si bien mi método de lectura radica en un tiempo autárquico, independiente de la posesión de los libros, a veces un libro conduce a otro de modo coactivo. Fue el caso del “Tercer libro de las odas” de Don pablo. Lo comencé a renglón seguido de “Residencia en la Tierra”, aunque lo había adquirido antes.

La temática de esta obra me subyugó. Se le cantaba a las mesas, a los zapatos, a los tornillos. En definitiva, Neruda, absolvía los objetos, los perdonaba.

Los objetos cotidianos recuperaban su candor, su rubor, su brillo.

El poeta hacía nacer las cosas, las condensaba desde un mar de conciencia difuso. Recuperaba y pescaba formas y esquemas vivos ( cosas ) del flujo hipnoide de la existencia.

Era un obstetra, un terapeuta de la materia.

Cada Oda era una constelación, un articulado de piezas unitarias rescatadas. Y yo me sentía jubiloso, ferozmente alegre y festivo. Había lugar para arados y sombreros, para dientes y catalejos, para monedas y membrillos. Había lugar para ruedas, imanes, limones y frascos.

Leyendo las odas me sentía en casa.

Comenzaba a comprender que la poesía era más un estado de la conciencia que un determinado estilo fonológico o rítmico. La poesía no dependía entonces de la habilidad métrica, de la astucia para la mimesis fonética, o de la pulcritud metafísica o mítica del espinazo argumental de cada poema. El espíritu poético era una visión, una manera de mirar furiosamente actual, vibratoria. Era una conexión con el cuerpo. Un modo de iluminación o de revelación de la luminosidad inherente de las cosas. De todas las cosas. Sobre todo de las herramientas y de los enseres diurnos, domésticos, modernos también.

Era previsible, si se residía en la tierra, pues, la tierra se constituiría en el escenario medular. Y en la tierra, en las escenografías de la tierra, los protagonistas eran los objetos, las herramientas del hombre, las piezas naturales, los rostros, los pequeños acontecimientos; la tragedia preciosa del instante material.
El Protagonismo de las Cosas

"Por la poesía de Neruda pasa Chile entero, con sus ríos, sus montañas, sus nieves eternas y tórridos desiertos." Salvador Allende.
“Por la poesía de Neruda pasa Chile entero,
con sus ríos, sus montañas, sus nieves eternas
y tórridos desiertos.” Salvador Allende.

Neruda presentaba las manzanas, las cabelleras dulces de las mujeres, los peces, mediante operaciones anatómico-lingüísticas. Los adjetivos no resultaban de esta faena, suntuosos, barrocos o ñoños, más bien se presentaban somáticos, naturales, hasta sobrios. Don Pablo comparaba cosas comunes con cosas comunes, pero dichas comparaciones no eran comunes, sino portentosas, connaturales y radiantes al mismo tiempo.

Las Odas que leía no eran colecciones de ideas recortadas del mundo y arrojadas contra la hoja en blanco al son de un jaleo rítmico más o menos espurio. No. Cada Oda era un espacio anatómico, una zona topológica, un escenario articulado y musculazo, donde los objetos triviales y hodiernos, se instalaban con holgura y con vivacidad.

En las Odas había cosas.
El las Odas sucedían pequeñas cosas entre las cosas.

El espacio anatómico era una estructura, y en ese sentido música, paisaje consustancial. La arquitectura espacial de las odas era tácita, secundaria, transparente. Lo que lucía eran las cosas.

Escribir es Devolver el Aura

Mucho tiempo después de mis descubrimientos de la sensación poética genuina, gracias a las Odas de Neruda, hallé en los ensayos de Walter Benjamín sobre la fotografía, un concepto redondo para aquella visión objetual, hallé el concepto secular de aura.
Advierte benjamín que la replicación mecánica de las cosas no puede capturar sin embargo el aura de las cosas. O dicho de otro modo: el apresamiento iconográfico mediante procedimientos técnicos des-aura las cosas, degrada las cosas, digamos.
El aura es una cierta certeza de irrepetibilidad y eternidad implícitas en la cosa, en toda cosa, no sólo en las piezas de arte. Y eso es lo que vi en las Odas de Pablo: objetos únicos, no fungibles, continuos, salvos.

Leer las Odas fue para mí como caerme de las fotos a las cosas. Fue entrar en los espacios ficcionales impunemente, como si fuesen verídicos y soberanos.

Tercer libro de las odas, Pablo Neruda. La temática de esta obra me subyugó. Se le cantaba a las mesas, a los zapatos, a los tornillos. En definitiva, Neruda, absolvía los objetos, los perdonaba.
Tercer libro de las odas, Pablo
Neruda. La temática de esta obra
me subyugó. Se le cantaba a las
mesas, a los zapatos, a los tornillos.
En definitiva, Neruda, absolvía los
objetos, los perdonaba.

Las cosas estaban más vivas, eran más nítidas, y atestiguadas que las cosas concretas del mundo fáctico. Como si Don Pablo estuviera resaltando un aspecto de las cosas que aún en la cruda realidad estaban perdiendo. Como si con sus ojos y con sus manos las alojara en un espacio estético curativo. Como si las sanase o des-traumatizase.

Las cosas lucían nuevas, restauradas, vigorosas y beneficiosas en las Odas de Pablo.

De modo que escribir poesía venía resultando una suerte de ejercicio médico. Se tomaba entre manos a la cosa agónica y se la suturaba, se la frotaba y encendía, y se la afincaba en un ambiente escritural sencillo, tonificante. La maniobra de la escritura confería rabia solar a las cosas. Las reestablecía en la conciencia plena e incandescente de la Vida.

Escribir es relatar las cosas.
Escribir es actualizar las cosas.
Escribir es devolver el aura.
La Trascendencia Semántica

Es factible proponer entonces una distinción entre poesía y prosa que no sea de orden melódico o fonológico, sino óptico. Queremos señalar: la prosa es una zona lunar, un barbecho, un campo de objetos residuales o rescoldos pospuestos. En cambio, la poesía es una geografía bélica, es el territorio del mediodía y de la vigencia: la sementera.

En la prosa las auras disminuyen, se vuelven vespertinas, acuosas. Se sofocan o son sofocadas. En este sentido prosa viene significando el Occidente del lenguaje y poesía su alumbramiento, su Topos Mítico.

En la medida en que nos precipitamos hacia la prosa, peregrinamos hacia donde mueren las estrellas. Escribir poesía es embarcarse hacia el sol, creer en las “presencias reales” en las que cree George Steiner.

Interior de la casa de Neruda y objetos personales, en La Isla Negra.
Interior de la casa de Neruda y objetos
personales, en La Isla Negra.

La prosa donde las cosas palpitan, sacan la lengua, trepidan o detonan, es poesía. La prosa poética es poesía, mas la prosa no-poética no es. Es, en extremo, galpón para maquinaria impasible, tenebrismo. La prosa seca está poblada de ex cosas, de caricaturas. En el almacén de las cosas desangeladas no hay perfumes vivos, hay solipsismo, foto-desarticulación. La prosa nuda es desértica, y si en ella hay una voz que clama, pues esa voz, es resabio de poesía.

Lo que separa la prosa de la poesía no es la presencia o ausencia de cortes esquémicos predeterminados, o la profusión o escasez de consonacias tímbricas categorizadas a priori. No. Lo que deslinda poesía de prosa, es la carencia.

Donde hay indigencia lumínica, hay discurso termodinámico, superfluo. Sin embargo, donde impera la fosforescencia física radial ( auras ), hay revelación, metáforas, trascendencia semántica.

De modo que el hecho de que las cosas sean arraigadas ( instaladas ) en montajes litúrgicos, en ingenierías perimetrales o espaciales más o menos ornadas, más o menos filarmónicas, más o menos pirotécnicas ( rima barroca, metros victorianos ), no cuenta.

Lo que cuenta es la luz.

 

El Incendio Carnal

Digámoslo todavía una vez más. La prosa es un cadáver. La prosa es ceniza de metáforas, es la luna. La luna no tiene luz propia, no tiene tierra sexual, ubérrima. La prosa es inevitablemente eficaz, no-lúdica, anti-epicúrea. En la prosa las cosas están castradas. Son olvidos de cosas, más que cosas.

La poesía es memoria y entonces presencia picante de las cosas. En la poesía hay maniobras genitales, hay carne cruzada por la luz.

Animar una prosa es como animar un muerto. El prometeo concebido por Mary Shelley es un cuerpo prosístico al que se pretende vivificar mediante un rayo poético. Decimos: la prosa excitada artificiosamente por mecanismos melódicos, seguirá siendo prosa: despojo.

La poesía surge vestida con tules rítmicos, no hace falta cubrirla. La poesía es un cuerpo productivo, un festejo, un derroche, una insinuación, un incendio.

Un incendio, repliquemos. Entonces, quemadura, rescoldos, vientres de luciérnaga, hervor, magma vivo, capturas del fuego.

El fuego.