Nicanor Parra y la antipoesía

Nicanor Parra
Nicanor Parra

Intentar definir qué es la antipoesía quizás en sí resulte un hecho antipoético. Tal vez, derive en mayor comprensión de lo que el término significa acercarse a éste mediante el antipoema. El antipoema es el resultado de un antagonismo, se opone directamente al tipo de poesía escrita anteriormente, las vanguardias; incluso, prolonga algunos rasgos constitutivos de otras corrientes poéticas distribuidas diacrónicamente a partir del modernismo. Tal vez en este sentido, las palabras del iniciador moderno de la antipoesía, Nicanor Parra, tengan una validez insospechada: “Durante medio siglo / la poesía fue / el paraíso del tonto solemne / hasta que vine yo/ y me instalé con mi montaña rusa / suban si les parece / claro que yo no respondo si bajan / echando sangre por boca y narices”. Hoy, la obra de Parra, y con el la antipoesía, ya está inscrita en la historia literaria de la lengua española.

Hubo dos aspectos determinantes por los que la publicación de “Poemas y antipoemas” en 1954, llegara a ser objeto de especial atención entre los lectores: primeramente, la desacralización del yo poético, que había imperado en la poesía modernista de aquel entonces y, en segundo lugar, la reincorporación de la oralidad a partir de estructuras sintácticas, frases hechas y lugares comunes. La utilización del elemento contradictorio a los rasgos esenciales de otros tipos de escrituras, frecuentemente más aceptadas. Por otra parte, existe una suerte de liberación de las capacidades expresivas y representativas; sobre todo debido a la utilización del discurso cotidiano inmerso en el texto antipoético, hablamos de fragmentos o de un discurso no literario, como el periodístico, el psicoanalítico, administrativo, comercial. Lo anterior quedará demostrado con lo ruptural de los artefactos parrianos nacidos posteriormente a partir de la misma antipoesía.

En cuanto a la estructura del texto antipoético, existe diferencia a la del poema tradicional, el cual está constituido como unidad que tiene una autonomía en sí, especialmente en el texto vanguardista, además, tiene ciertas referencias extratextuales, situación relevante en la poesía tradicional. En directa oposición a la estructura señalada, el antipoema rompe la inmanencia y la autosuficiencia del texto haciéndose partícipe de un modelo textual o referencial del cual depende en su estructura, y del cual se nutre en los valores y contenidos que este modelo tiene, así como en lo formal del texto. Sin embargo, pese a esta desestimación de modelos formales y otros de los cuales se huye, el antipoema integra, como hemos dicho, algunos de estos moldes en su estructura. Existen tres momentos en el desarrollo del antipoema: un momento de homologación aparente del modelo que se antipoetiza; una suerte de ambigüedad respecto a la estructura mediante la cual los valores del modelo se ven representados en el antipoema, pero que al mismo tiempo son rechazados por este y desestimados en la ruptura; por último, la ironización y degradación de los modelos en el texto antipoético forman una inversión de elementos y valores, para esto se utiliza la ironía, el ridículo, la sátira, la caricaturización, la ruptura interna del sistema aceptado como modelo.

Nicanor Parra y Allen Ginsberg
Nicanor Parra y Allen Ginsberg

Por otra parte, el antipoema suele remitir no sólo a un texto modelo, sino a varios textos o espacios; de este modo, sus referentes pueden ser textuales y literarios, pero también puede establecer relación con otro tipo de discurso no literario; con elementos de la realidad cultural, social, histórica; con autores literarios o sujetos individualizables. Sus referencias suelen ser múltiples y heterogéneas, constituyendo un verdadero núcleo alrededor del cual se aglutinan elementos referenciales portadores de significación.

La caracterización del antipoema no puede omitir otros aspectos esenciales. Uno: la tendencia del discurso antipoético a asumir la figura de una narración. Una narración desde luego discontinua, abierta, hecha de fragmentos de acción. Si hay narración, hay narrador y personaje: el sujeto del discurso narrativo es el narrador de sus propias acciones. Un personaje cuyos movimientos tienen como escenario el espacio urbano. Se mueve en el interior de las casas, se desplaza en la calle, recuenta lugares públicos, sobre todo plazas y parques. Habla o escucha, recuerda escenas pasadas, dice lo que ve, saca conclusiones. El sujeto del antipoema suele ser un forastero, una persona del medio rural que se instala en la metrópolis y contempla con su visión esta nueva esfera.

Después de la primera guerra mundial, que prescindiendo de cronologías oficiales es la que cierra el siglo XIX, el arte europeo se entregó a una revisión fanática de la obra de creación y, por esa vía, de la realidad cultural y social. Se la desmontó pieza por pieza para redefinir principios y funciones e idear nuevos sistemas de signos, a fin de testimoniar la renuncia absoluta a la calidad expresiva y a la sugestión sensual del arte anterior. Ya Rimbaud pensaba en un lenguaje artístico propio, Schönberg se inventa un nuevo sistema musical, y de Picasso podría afirmarse que pinta cada uno de sus cuadros como si quisiera descubrir de nuevo el arte de la pintura.

Si bien es a partir de la generación de Vallejo y Neruda que la literatura hispanoamericana asume tales preocupaciones, la poesía de Parra representa quizás mejor que ninguna otra la radicalidad de ese impulso a empezar de nuevo. “Como los fenicios pretendo formarme mi propio alfabeto”, dice en “Advertencia al lector”  en Poemas y antipoemas de 1954. Este “alfabeto” o código antipoético, se estructura en la crítica simultánea de la realidad, del lenguaje “poético” y del poema fundado en la ilusión estética. Lo cual sitúa a Parra en la tradición de Brecht. En efecto, Brecth le quita al espacio escénico su neutralidad, lo carga de beligerancia y establece en él la sede de una conciencia crítica que se propone arrancar al espectador de su cómoda posición contemplativa. El método: atacar la ilusión estética. Parra también quiebra la serenidad del espacio del poema, lo abre y a través de fórmulas prosaicas, estereotipadas, llama la atención del lector y le pide que por un instante vuelva la cabeza “hacia este lado de la república”, hacia el espacio del poema que ya no lo pueblan más las imágenes y ocurrencias depuradas, porque se ha transformado en un retablo donde se exhiben las falsas maravillas de una civilización:

Nicanor Parra
Nicanor Parra

Las apelaciones en boca del personaje antiheroico producen en el lector impresiones aparentemente contrarias, pero que en la intención del texto se resuelven en eficacia expresiva. Por ejemplo, hay en la voz que las pronuncia una vibración trágica apenas disimulada que hace que las palabras nos suenen como el prólogo a una noticia catastrófica, lo que no es ciertamente una impresión equivocada. Por otra parte, despiertan en la memoria el eco del lenguaje de los anunciadores de feria, de los circos y de los shows: “señoras y señores, un momento de atención”, “olvidad por una noche vuestros asuntos personales”. La mezcla de lo trágico y lo cómico, de lo grave y de lo vulgar, característica del estilo antipoético, es pues una de las formas que adopta la crítica del lenguaje “poético” y de la ilusión estética.

El antihéroe se mueve de un lado a otro, va tomado nota del acontecer cotidiano, sorprendiendo lapsus por donde su mirada escrutadora se asoma a la tramoya del gran teatro de la sociedad actual, en cuyo ámbito se representa en acto continuo la farsa de los valores y de las significaciones. Es “una cámara fotográfica que se pasea por el desierto”, “una alfombra que vuela”, “un registro de fechas y de hechos dispersos”. Esta es la razón de por qué el lenguaje de la antipoesía resulta predominantemente informativo: es el lenguaje de una crónica de un sobreviviente en un mundo de ruinas culturales, en un “desierto” humano. Precisamente, en la existencia de un personaje-cronista testimonial del antipoema, tiene su fundamento y su necesidad lo narrativo. La sintaxis prosaica es correlativa de lo narrativo y colabora también a derribar de su trono a la ilusión estética. Para vivir, esta ilusión exige una distancia y una sublimación; el prosaísmo en cambio plantea una interferencia antipoética.

La antipoesía a partir de Parra plantea una ruptura, un quiebre o un cambio en los moldes establecidos y, a partir de su estética, de ser posible una estética dentro de algo que busca romper incluso sus propia estética, ha permitido que se sumen nuevas formas de escritura, con un lenguaje “poético” distinto a lo establecido anteriormente, incluso dentro de la misma estética antipoética. Ahora valdría bien cuestionarse el sentido que pudiera tener el quiebre sobre el quiebre, o si a estas alturas, ya más de medio siglo de esta reinvención de la antipoesía, es necesario que los poetas sigan “abajo del Olimpo”. Por otra parte, es necesario cuestionar también la validez del ejercicio antipoético en la actualidad a más de medio siglo de su nacimiento o, para ser más concretos, la capacidad de llevar a cabo de forma verdaderamente “antipoética” la estética de los muchos que practican este tipo de  escritura en la actualidad.
Bibliografía:
Morales T. Leonidas, Poemas y antipoemas, Diccionario Enciclopédico de las Letras de América Latina, Tomo III, Biblioteca Ayacucho, Caracas, Monte Ávila Editores, 1998
Carrasco Iván: La escritura antipolítica de Nicanor Parra. U., de Chile, Tesis Doctoral, 1985