(continúa desde el anterior)
El tiempo transcurre, la obra literaria de Juan de Yepes, o de la Cruz como era conocido en el ámbito carmelitano, sigue siendo leída, pero hasta el año 1601, debido parece, por una parte, al deterioro de muchas de la copias manuscritas (tanto de las pocas autógrafas: algunas cartas, como de las apógrafas), como, por otra, al serio peligro de plagio a que se estaba viendo sometida, nadie se había preocupado de llevar su obra literaria a la estampa. En 1601, los carmelitas Tomás de Jesús y Juan de Jesús María recibieron el encargo de editar las obras completas del fraile de Fontiveros pero el intento quedó frustrado. Hasta ahora no se ha podido averiguar fehacientemente por qué no se imprimieron. Yo, en la línea argumental que defiendo, me atrevo a aventurar la hipótesis de que el problema esencial con el que se encuentran ambos frailes (aunque Juan de Jesús María fue pronto apartado de esta labor) no fue el de la Inquisición sino el de la depuración textual (aún era una época muy temprana para una cuestión que “medio” ha resuelto el siglo XX). Estos hombres tuvieron que encontrarse ante un avalancha de información que no supieron digerir. Me pregunto qué copia o copias habría manejado del Cántico Espiritual. El caso es que del intervalo que transcurre entre 1601 y 1617 queda aún mucho por decir. Es en 1617 cuando otro carmelita, Diego de Jesús, recibe de nuevo el encargo de editar por vez primera la obra completa de Juan de la Cruz y esta vez el empeño obtiene su merecido premio en 1618. Ahora bien, imagino que buena parte de este esfuerzo se debe al mismo Tomás de Jesús. Diego de Jesús edita las obras del místico carmelita, eso sí, con muchos retoques y sin el Cántico Espiritual. ¿Sólo fueron problemas inquisitoriales los que impidieron publicar esta obra maestra de nuestra historia literaria? En parte puede ser que sí, pero en buena medida creo que hay otro motivo más importante: el desconocimiento de cuál era el poema y la glosa que debían publicarse. Si Diego de Jesús, como el mismo Tomás de Jesús, hubiesen tenido claro qué Cántico era el más fiel al espíritu de Juan lo hubieran publicado. Si hubiera sido necesario, por los problemas inquisitoriales de la época, Diego de Jesús lo hubiese retocado como hizo de hecho con algunos de los otros escritos, o como hizo el mismo Jerónimo de San José en la edición de 1630, en que sí aparece por primera vez en España. Pero no me adelantaré demasiado.
¿Qué aconteció con el Cántico Espiritual hasta que sale por primera vez publicado en Madrid? Pues sencillamente que realiza un viaje por tierras europeas antes de volver a la suya propia. Ana de Jesús, la monja carmelita a quien Juan dedica esta obra, sale de España con dirección a Centroeuropa y lleva consigo un ejemplar de CA. En su camino debió dejar una copia en Paris que M. René Gaultier, en 1622, tradujo al francés bajo el título: Cantique d’amour divin entre IesuChrist et l’Ame devote. Gaultier no sólo re-escribe el título sino que, además, tiende a alejarse del texto transmitido por la tradición manuscrita con frecuentes síntesis y otras innovaciones, como la inversión del prólogo y del poema y la supresión de todos los textos latinos de la Biblia (pero precisamente se libra del cotejo de las copias al poseer únicamente el manuscrito que le deja Ana de Jesús). Cinco años más tarde, el Cántico Espiritual se encuentra en Bruselas. Allí también lo ha llevado Ana de Jesús y allí mismo es publicado por primera vez en lengua española. Sin embargo, y con respecto a la publicación parisina, no se producen en esta ocasión modificaciones sustanciales y las que hay ya se ha averiguado que pertenecen más a errores tipográficos que a manipulación intencionada del texto (la explicación es sencilla: Ana está presente en la edición de este texto).
Llegamos así a 1630, año en que aparece la edición madrileña de los textos de san Juan de la Cruz, la primera española en la que aparece el Cántico Espiritual. Jerónimo de San José, quien, además de ser el encargado de la edición, escribe un prefacio en el que advierte de la amenaza seria e inquietante del “plagio” que están sufriendo los escritos del místico carmelita y que por este motivo, entre otros, es necesario llevarlos a la imprenta y evitar así el riesgo de falsas autorías y de las graves manipulaciones a que están siendo sometidos, soluciona, desde mi punto de vista, el problema con el que se habían topado Tomás y Diego de Jesús, y así re-escribe (actúa de forma muy similar a Gaultier) por su cuenta un nuevo Cántico que ha sido denominado “texto híbrido” y que consiste en una mezcolanza entre la tradición manuscrita de CA y la lira 11 añadida en CB.
Hasta aquí el recorrido por la historia. Resumiendo todo lo dicho en la anterior entrega y en esta, se puede observar que el Cántico Espiritual sigue un proceso de creación bastante accidentado desde que Juan de la Cruz inicia su gestación en 1577 hasta que se publica por primera vez en España casi a mediados del XVII. De lo que Juan escribió hasta lo que propone el carmelita Jerónimo de San José en 1630 dista algo más que cincuenta y tres años: la mayor distancia no la produce el tiempo, sino que se encuentra dentro del propio texto; o, dicho de otro modo más complementario: la distancia en el tiempo junto a la triple redacción sanjuanista, cuyos originales no poseemos, han provocado traducciones y manipulaciones textuales de considerable importancia para su historia textual interna. A eso dedicaremos la parte final de este artículo.
Partamos de una base esencial: si no se conservan los originales de la obra de cualquier escritor, cualquier texto de su autoría que nos encontremos posteriormente puede ser considerado como manipulado, bien por el mismo autor, si existen, como en el caso de este carmelita descalzo, diferentes redacciones de un mismo texto; bien por los diferentes copistas y editores que pueden cometer desde errores simplemente tipográficos hasta intencionadas modificaciones textuales por distintas y variadas circunstancias. Si se conservan, también se puede dar el caso, pero, al menos, siempre tendremos un texto origen, primigenio, fiable, al que poder acudir de inmediato para deshacer los posibles entuertos. El problema, por tanto, es no poder identificar este texto original y, como afirma Paola Elia, autoridad indiscutible en esta materia, no poder así reconocer en la tradición textual las variantes de autor llevadas a cabo durante el lento proceso de creación literaria, diferenciándolas de las alteraciones ajenas a su voluntad.
Veamos a continuación tres ejemplos significativos.
La Dra. Mancho Duque nos propone un caso como el que podemos encontrar en el manuscrito M6, perteneciente a la familia de CA’, en el que una monja poco experta en las labores amanuenses cambia en el segundo verso de la segunda lira el “otero” inicial por un “estero”. Así los versos de Juan de la Cruz quedan de la siguiente forma:
Pastores, los que fuerdes
allá por las majadas al estero
Esto no tendría importancia si, en primer lugar, la obra de Juan de la Cruz fuese tan extensa que un cambio terminológico llegase a pasar prácticamente desapercibido. Pero sabemos que siendo su obra poética tan mínima, cuantitativamente hablando, cualquier término resulta en muchos casos un símbolo y su mutación altera cualitativamente lo que el poema dice. Y, en segundo lugar, tanto resultan símbolos cada una de sus palabras que, en el ejemplo propuesto, la mutación de “otero” por “estero” modifica sustancialmente el sentido de lo que los versos expresan, ya que “otero” hace referencia a altura y “estero”, que es un término marítimo, nos refiere a un espacio llano.
Otro ejemplo que propone la Dra. Mancho es el perteneciente al manuscrito m1, que se encuentra en el convento madrileño de las Carmelitas Descalzas de Santa Ana y que sólo copia el poema en la versión CA. En esta copia se escribe el cuarto verso de la lira 29 de la siguiente forma:
aguas, arroyos, ardores,
en vez de decir:
aguas, ayres, ardores,
con lo que nuevamente se altera significativamente el contenido de lo expresado en el poema. De la sensación de altitud y de movimiento que provoca el aire, a la sensación de horizontalidad y mansedumbre propias de un arroyo, media un abismo de sentido.
En cuanto a los comentarios o glosas, la Dra. Elia propone, entre muchos, un caso entre CA, CA’ y CB, en el que se suele repetir un mismo paradigma que consiste en que CA’ suele reducir o simplificar el comentario para comodidad del lector y CB vuelve a recuperarlo e, incluso, a ampliarlo. En el epígrafe sexto del comentario a la lira 9, la tradición textual de CA dice: “según lo dio a entender el propheta Job por estas palabras diciendo”, mientras que la tradición de CA’ lo reduce a: “según lo dio a entender el propheta Job diciendo”. CB, por su parte, lo transforma en: “según lo dio a entender el profeta Job, cuando, hablando con la misma ansia y deseo que aquí está el alma, dijo”.
¿Se puede hablar o escribir, entonces, sobre la obra literaria de san Juan de la Cruz como un caso de traducción y, más aún, de manipulación textual, sea o no intencionada? En vista de lo que he escrito anteriormente, creo razonablemente que sí. El proceso histórico de su obra literaria se puede considerar como traducción, por un lado, interlingüística, en el sentido de que poseemos una traducción francesa del Cántico, anterior a cualquier versión española, y en la que hemos visto claros síntomas de manipulación textual, a saber: cambio del título, inversión de los poemas, supresión de los textos latinos de la Biblia, etc; e intralingüística, tanto sincrónica como diacrónica, por dos razones fundamentales: la primera, que la apuntamos brevemente pero en la que no nos detendremos, porque un autor que glosa o explica sus propios versos a través de la prosa (como es el caso de este escritor) está traduciendo para la comprensión de los lectores, el lenguaje más oculto, digamos, de la poesía. La segunda, porque no existen originales de sus textos principales, sino que se conservan únicamente una serie de apógrafos, divididos como ya hemos repetido en tres familias (CA, CA’ y CB) que del “correr de mano en mano” han modificado considerablemente los poemas y comentarios sanjuanistas tal y como se supone que salieron de sus manos. Esto es evidente por las diferencias existentes en las respectivas copias. Estos cambios textuales, incluso supresión de textos completos, fundamenta el hecho de que podamos denominar a este proceso textual como “historia de manipulación”.
Aclarada esta cuestión, queda por resolver otra no menos importante, la que se refiere a las “secuelas” que han quedado después de este proceso inabarcable e interminable. Como casi siempre suele pasar, todo tiene su aspecto positivo y su aspecto negativo. También en el proceso histórico que ha seguido una determinada obra literaria puede ocurrir que, si ha sido objeto de manipulación y dependiendo de la perspectiva que el lector competente adopte, se pueda concluir, bien que esta manipulación ha resultado positiva, o bien, negativa, o una mezcla de positividad y negatividad. Esta última postura es la que adoptaré respecto a la manipulación sufrida por los escritos sanjuanistas.
El hecho de que, sobre todo, en el Cántico Espiritual se hayan producido toda esta serie de vicisitudes (editoriales, textuales, etc.) han propiciado, con el paso de los siglos, que esta obra haya sido encumbrada a un status literario tan alto que quizás, quién sabe, no lo hubiera obtenido si Juan de la Cruz hubiera dejado concluso el poema con las 31 primeras liras que escribió en la prisión toledana. La no conservación de ese original, y las re-escrituras posteriores, suyas y de otros, han originado un debate que ha “quebrado” completamente los muros carmelitanos, donde celosamente se guardaba, a la vez que ha generado un interés extraordinario por su obra, sobre todo desde Menéndez Pelayo y que continúa en nuestros días. Es decir, la manipulación textual, desde esta perspectiva optimista, ha contribuido favorablemente al éxito y permanencia de los escritos del místico carmelita en la historia de la literatura universal. Los resultados bibliográficos hablan por sí solos.
Pero también se pude ver todo este proceso desde una perspectiva menos optimista. Carecer de textos autógrafos y, además, sufrir constantes manipulaciones entre los que se conservan como apógrafos, puede haber provocado que los poemas de san Juan de la Cruz hayan “pagado un precio” demasiado alto. Me refiero al elevado riesgo de haberse quedado sin sentido, en términos de deconstrucción derrideana, de dos formas: la primera, en cuanto textos logofágicos (expresión del profesor de la Universidad de Zaragoza Túa Blesa), es decir, en cuanto textos que desde su propio origen tenían que habernos conducido hasta el silencio y que, a la postre, se han llenado de demasiado “ruido”; la segunda, en cuanto textos manipulados cuya transmisión sincrónica y diacrónica los ha hecho, es verdad y así lo he advertido, sobrevivir al espacio y al tiempo pero les ha restado su sentido primigenio, su significado primero, aquella diferencia que une directamente la escritura con la experiencia que funda el propio texto. Aunque parezca que las dos formas expuestas dicen lo mismo, hay ligeros matices que diferencian a la una de la otra: un asunto es la escritura-silencio y otra la experiencia-escritura. El trinomio experiencia-escritura-silencio se produce a menudo en los textos místicos y mucho me temo que en el caso de San Juan de la Cruz, el demasiado “ruido” de la escritura, por todas las re-escrituras y manipulaciones, han bloqueado el paso hacia lo anterior, que es la experiencia; y hacia lo posterior, que es el silencio. Si algo sabemos de su experiencia y de su silencio se lo debemos a que otros textos suyos no tuvieron tanto de este “ruido” alrededor de sí.
[hr]Antonio José Mialdea Baena
Doctor en Filología Española
Licenciado en Estudios Eclesiásticos.
Diploma de Estudios Avanzados en Traducción e Interpretación
Director de la revista internacional ”San Juan de la Cruz”
director@revistasanjuandelacruz.org