El Quijote no sólo recoge gran parte de la poesía de Miguel de Cervantes en los poemas intercalados a lo largo de los sucesivos capítulos de la obra, sino que también se ocupa de la poesía y de los poetas. En la primera parte (cap. VI), al hilo de la quema de libros, se referirá a la Diana de Montemayor y los libros de carácter pastoril para echarlos al fuego haciendo mención de la poesía y los poetas: “porque sería mucho que, habiendo sanado mi señor tío de la enfermedad caballeresca, leyendo éstos se le antojase hacerse pastor y andarse por los bosque y prados cantando, y tañendo, y lo que sería peor, hacerse poeta, que, según dicen, es enfermedad incurable y pegadiza”. Más adelante, en el capítulo XVI de la segunda parte, no parará mientes en considerar que “aunque la de la Poesía (la ciencia, el ejercicio de la misma) es menos útil que deleitable, no es de aquellas que suelen deshonrar a quien la posee”. Y en el mismo capítulo, siguiendo con la poesía, los autores y el modo de tratarla, se explaya diciendo: La Poesía, señor hidalgo, a mi parecer, es como una doncella tierna y de poca edad, y en todo extremo hermosa, a quien tienen cuidado de enriquecer, pulir y adornar otras muchas doncellas, que son todas las otras ciencias, y ella se ha de servir de todas, y todas se han de autorizar con ella; pero esta tal doncella no quiere ser manoseada, ni traída por las calles, ni publicada por las esquinas de las plazas ni por los rincones de los palacios. Ella es hecha de una alquimia de tal virtud, que quien la sabe tratar la volverá en oro purísimo de inestimable precio; hala de tener el que la tuviere a raya, no dejándola correr en torpes sátiras ni en desalmados sonetos; no ha de ser vendible en ninguna manera, si ya no fuera en poemas heroicos, en lamentables tragedias o en comedias alegres y artificiosas; no se ha de dejas tratar de los trúhanes, ni del ignorante vulgo, incapaz de conocer ni estimar los tesoros que en ella se encierran. Y no penséis, señor, que yo llamo aquí vulgo solamente a la gente plebeya y humilde; que todo aquel que no sabe, aunque sea señor y príncipe, puede y debe entrar en el número de vulgo; y así, el que con los requisitos que he dicho tratare y tuviere al Poesía, será famoso y estimado su nombre en todas las naciones políticas del mundo. El concepto que tiene de los poetas lo deja meridianamente claro el capítulo XVII de esta misma segunda parte: No hay poeta que no sea arrogante y piense de sí que es el mejor poeta del mundo…Y sobre la naturaleza, inclinación y arte del poeta, comentará sin ambages: según es opinión verdadera, el poeta nace: quieren decir que del vientre de su madre el poeta natural sale poeta; y con aquella inclinación que le dio el Cielo, sin más estudio ni artificio, compone cosas que hace verdadero al que dijo: “est Deus in nobis…”,(etc.) También digo que el natural poeta que se ayudare del arte será mucho mejor y se aventajará al poeta que sólo por saber el arte quisiera serlo: la razón es porque el arte no se aventaja a la naturaleza, sino perfecciónala; así que, mezcladas la naturaleza y el arte, y el arte con la naturaleza, sacarán un perfectísimo poeta.
Las cuestiones anteriores y otras que podrían agregarse no resultan ser suficientes para referirnos al Quijote como obra poética. Para que de verdad lo sea requiere de otras condiciones que nos hagan considerarla como tal. Y en ese sentido, me referiré a algunas de ellas extraídas del artículo “Poesía, sueño y locura” publicado en la revista en papel Alkaid (nº16, 2012) y virtualmente en el: nº 8 de la Revista Alaire: POESÍA, SUEÑO Y LOCURA. En dicho artículo reparaba en la coincidencia frecuente de este arte con los límites de la locura o con la locura misma, así como su cercanía a la expresión de los sueños y su realidad psicológica. La poesía, entiendo, tiene que ver con el mundo onírico al utilizar la palabra abriéndola a múltiples significados, evocaciones y sugerencias, de manera que el poema resulta ser, en ocasiones, un sueño del que al despertar encontramos apenas dos o tres imágenes vívidas, las que alcanzaron nuestro inconsciente y removieron nuestros cimientos. ¿No está instalada la obra de Cervantes en el mundo de la locura, la del hidalgo y la de las personas que se cruzan con él en sus aventuras? ¿No nos parece, en fin, un sueño monumental la idea de cambiar el mundo desde los ideales caballerescos con los que se arropó el personaje?
Pero me referiré, en el mismo sentido, a las opiniones de dos autores de entre los que se han parado a considerar el Quijote como obra poética, como son Manuel Azaña y Pedro Salinas.
Manuel Azaña, en el texto de la conferencia titulada “Cervantes y la invención del Quijote” (3 de mayo de 1930) (Biblioteca ELR ediciones (2005), se referirá a la actualidad “poética” del Quijote desde la desnudez del personaje mostrada tras el paso del tiempo y acabada la influencia de lo caballeresco en la sociedad, a la que no pudieron sustraerse los primeros lectores. Es esta “desnudez” la que nos descubre la faceta poética del Quijote, más allá de ser “una sátira de los libros de caballerías”.
Citando a Miguel de Unamuno, advierte Azaña que don Quijote se ha convertido en “un personaje independiente” superando a su creador, “una realidad poética superior a su penetración y nuestra sensibilidad de espectadores”. Según él, Unamuno ve en don Quijote y su afirmación de “¡yo sé quién soy!”, un grito de afirmación del libre albedrío que lo convierte en un redentor cuya revelación es percibida como locura. En el mundo poético en el cual se incrusta el personaje “el hombre se nos mostrará desnudo y en los huesos”, materia de la poesía que lo nutre. Sobre este formidable choque entre lo real y lo poético, Azaña descubre la raíz del hecho, ya que –advierte- “en el espíritu de un gran poeta ocurre un fenómeno semejante al afrontarse y chocar dos movimientos de la sensibilidad, acaudalados por experiencias diferentes. El resultado es una conmoción, creadora de formas nuevas. [ ] Una consiste en la experiencia realista; otra en sugestiones poéticas”, discurriendo a continuación de manera razonada que la humanidad del Quijote se sumerge en “el torrente poético alimentado por la tradición”, de naturaleza más profunda que “la experiencia realista”.
Abunda Manuel Azaña en sus observaciones, advirtiendo cómo “las criaturas cervantinas [ ] reciben del sentimiento común [ ] un aire de familia inconfundible, como partícipes y guardianes conservadores del tesoro poético nacional. El caudal poético [ ] consiste en la transposición fabulosa de la historia española, y en la presencia real [ ] de los mitos traídos directamente al mundo por invención de la fantasía”. De este modo, encontramos dos mitades en el Quijote, la que proviene de la observación y la experiencia realista y la que proviene de una elaboración poética. Se percibe así en don Quijote un verdadero “soplo poético de lo maravilloso” sobre el magma de realidad sobre el que se asienta, un verdadero “acto sacramental logrado por el poeta” al fundir en una sola emoción la corriente realista y la mitológica.
Más adelante, Azaña insistirá en otros aspectos sustanciales sobre la naturaleza poética del Quijote al advertir que la obra “se engendra en la actitud reflexiva del poeta sobre su propio ser”. La fuerza poética del Quijote se asienta –nos descubre Azaña- sobre las cualidades sorprendentes de “la ingenuidad y la ternura”; la primera, consiste en “una disposición al abandono gozoso traída por la virtud natural de impresionarse”. La ternura [ ] como regusto del placer será ese “ánimo fácil en percibir lo bello”, [ ] “virtud semejante al don las lágrimas” [ ]”por el frecuente disfrute de la emoción”.
Quizás, como última consideración al texto de Manuel Azaña, debamos decir que en el final del Quijote juzga que el Caballero de la Triste Figura no muere, sino que “el personaje heroico se desvanece en el caletre de Quijano y asciende a los senos de la fantasía, para siempre”. Recobrada la razón en el lecho de muerte, aparecerá Alonso Quijano, que se morirá de cordura, dando lugar a la vida, ya para siempre, de la poesía.
Pedro Salinas es otro de los autores a quien no le ha pasado desapercibida la realidad poética del Quijote. En la primera parte de su libro “Quijote y lectura” (Edición Enric Bou, 2005) reflexiona primero sobre “la incapacidad de estímulo para la acción que tienen las ideas morales” en el mundo de hoy, a diferencia de lo que representa don Quijote, y encuentra dicha incapacidad no “en la penuria de ideas”, ya que las hay más que nunca en circulación a través de los medios de comunicación y las redes sociales de hoy día y que Pedro Salinas no conoció, sino en que “esas nociones morales [ ] carecen de fuerza operante, de energía impulsiva para lanzar a la actividad humana más allá de las superficies raseras de las cosas, de su goce o su provecho inmediato, por la vía de elevación del acto trascendente”.
A renglón seguido, en correspondencia con lo expuesto, Salinas verá en don Quijote “al hombre que nunca deserta de su alma”, ejecutando con todo su cuerpo “en perfecta concordancia de creencia y acto” lo que cree con toda su alma. La implícita afirmación moral de don Quijote consiste en que “cuando nosotros estamos convencidos de lo que es bien, nuestro deber es hacer el bien, por encima de todo”.
Podemos considerar esta actitud, unida a las facultades para la vida como son el pensar y el sentir, la base de una actitud poética en don Quijote, la misma que le da valor –como se dirá más adelante- “por su capacidad de infundir vida; de suscitar raudales nuevos de vida en cada uno de sus lectores”, circunstancia que –por otra parte- convertirá a la obra en un gran libro clásico.
Pedro Salinas descubrirá a través también de Unamuno, el cual llamó a don Quijote el “Caballero de la Bondad”, que “la virtud excelsa de don Quijote es el ser bueno” y de igual manera pretender que lo sean todos los hombres. Consustancial a don Quijote será también “la invitación al ejercicio de una facultad humana sin par, el ejercicio de la libertad” y lo que es más, que este ejercicio se haga desde el concepto humanista de la libertad de conciencia.
Todos los mimbres así cortados hacen una buena base para tejer el cesto de la poesía en el Quijote.
Cuando Salinas contempla la estampa de don Quijote en su empeño de ponerse nombre y poniéndolo a las cosas y personas, formula la pregunta retórica: “¿Pero semejante voluntad, no es idéntica a la del Poeta?” Según la cita de Carlyle traída por él mismo y que comparte, “toda poesía es poner nombre”. Salinas ve así, irremediablemente, a don Quijote “en trance de poeta”; es decir, que don Quijote va a ser capaz de “crear algo por medio del verbo inspirado”.
Pedro Salinas concluye que “el nivel de poeta es nivel superior al común: no por arrogancia, sino por obligación profesional”. El poeta, en su mirada, es eleva “sobre el nivel común de la vista. Y lo mismo ocurre con su lenguaje: siendo la poética la de todo el mundo, cuando la usa el poeta se cierne, pasa a otro nivel de tensión, que no es el de conversar o el enseñar”.
Como consideraciones previas podemos tener en cuenta lo que al poeta le es necesario para serlo, tal que –en primer lugar- “retirarse, recogerse”, a semejanza del atleta o el felino que va a saltar sobre su presa. Porque “la poesía y su lenguaje son asunto de nivel. Y luego, cambiar de nivel”. Aunque el poeta es un hombre como todos, en el acto de poetizar habrá de separarse o distanciarse necesariamente, puesto que “lo poético siempre ha llevado connotación de altura”. Y batir esas alturas requiere preparación, trabajo, esfuerzo.
El discurso poético de don Quijote lo entiende Salinas en dos partes, la de nombrar y la de enumerar para metamorfosear la realidad y dar paso a otro mundo, el poético. Así, puntualiza, el “lugar incógnito de la Mancha” pasará “al universo de la fama” a través de su propio nombre: Don Quijote de la Mancha.
Como se ve, fundamenta Salinas la creación poética en la fuerza evocadora de la palabra y su capacidad de crear universos reales sustentados en la emoción que empuje a la acción.
Del modo precitado, don Quijote se verá empeñado en la aventura de “conquistar un espacio físico para lo que lleva dentro, para su espacio psíquico”. La hazaña consiste en trasladar sus visiones fantásticas “a firme condición, real, en el mundo exterior. Es decir, volver un espacio psíquico en otro físico”. “¿Con qué hacerlo?”, se pregunta Salinas, y la respuesta es clara y contundente: mediante “el lenguaje, y dentro del lenguaje, con un procedimiento poético: la enumeración”.
La consideración del Quijote como obra poética tampoco se le escapa al autor leonés Andrés Trapiello, fervoroso entendido en la obra cervantina y autor de un Quijote totalmente actualizado sin que pierda en nada su esencia. Al respecto, Trapiello nos hace ver cómo el Quijote es una novela que se desenvuelve en un marco distinto al habitual de la novela, que es la ciudad, haciendo Cervantes “de su máxima creación, don Quijote, un solitario en medio de los desolados parajes campestres de la Mancha”. Opina Trapiello que así como “las novelas parecen arraigar en los oscuros laberintos de la urbe, la poesía –por el contrario- tiende a la naturaleza, a la armonía campestre”. Añade que la tendencia de poetas y novelistas es ésta. No sé si puede tomarse esta afirmación como verdad absoluta; me inclino a pensar que no, pero sí es cierto que la poesía –urbana o rural- se mueve con imágenes y símbolos que son reflejo de la naturaleza para construir sus metáforas y evocar emociones y sensaciones.
Sea como sea, el escritor leonés ve raro que el Quijote no sea una novela urbana y entiende que “es un verdadero poema, además de novela”. Nos advierte que, dicho lo dicho, tampoco puede considerarse el Quijote una novela rural, encontrando entre sus líneas un único paisaje verdadero, que es el silencio, “que se escucha mejor, como es lógico, en el campo abierto, en las noches de raso, en las ventas solitarias del camino”; “el Quijote es, nadie lo discute, una novela, pero tan impregnada de poesía, que nadie a estas alturas podría refutarnos que sea uno de los más grandes poemas de la literatura.”
En esta conquista poética que se va ensanchando aventura a aventura, Sancho Panza irá tomando parte progresivamente –haciéndose igualmente poeta- aunque al principio los molinos sólo sean molinos y los rebaños, rebaños. “No importa. Cada cual ve poco más de lo que lleva dentro”, sentencia Salinas. Lo que Cervantes hará, desde su inspiración de poeta, es la proeza de crear de dos nubarrones de polvo, dos verdaderos ejércitos completos.
En qué circunstancias leer el Quijote, descubrir sus aristas, sentir su mundo poético o enjuiciarlo, es cosa de cada cual. A través de los años y los siglos, Pedro Salinas nos descubre unas pocas de las diferentes sensibilidades ante la obra cervantina, algunas de ellas peregrinas. Los rusos –dice- “creyeron que era un libro cruel” y muchos de los que lo leyeron lloraron al hacerlo; los alemanes juzgaron ver en la novela “una tesis sobre la melancolía, esto es, sobre la ilusión desmentida por la miseria de lo real”; para los ingleses era –no sabemos si todavía lo es- “ un libro ligeramente estrambótico sobre las dificultades de viajar en España, pero lleno de juegos y espejismos de fondo”. En Hispanoamérica se ha leído con alegría, casi como una comedia de la lectura y –dice- “se rieron con el héroe esperpéntico celebrando los juegos paródicos, las formas irónicas, la indeterminación de lo moderno como libertad de lo imaginario”. ¿Y en España? Pues aquí Salinas apunta que “algunos españoles lo leyeron como una alegoría de la nacionalidad, ilustradora de una identidad agonista que revelaba el alma del país”. Las lecturas de Juan Goytisolo, sin embargo, piensa Salinas que han puesto al día la novela.
¿Cómo y cuándo leer el Quijote? ¿De qué manera sumergirse en su mundo poético? Creo que cada cual debe saber buscar y encontrar su respuesta. Habrá, sin dudarlo, una variada cantidad de resultados, incluso opiniones tan insólitas como las de quienes –a través de lecturas aisladas o de oídas, en una novedosa tradición oral– entendieron que don Quijote fue real y no un personaje literario o de ficción. Imaginaba que era éste el único caso de mi padre, pero Salinas asegura haber conocido en alguna universidad a un crítico dedicado a Cervantes que creía, palabra por palabra, lo que decía creer mi padre, no sólo que la novela representaba literalmente la realidad, sino que contaba la verdad. Y así, otros ejemplos sorprendentes. Ahora bien, también hay que subrayar la inteligencia de Miguel de Cervantes para hacernos olvidar, a medida que avanzamos en la lectura del Quijote, la topografía, el tiempo y las circunstancias de la acción y el desarrollo del argumento, y hacernos vivir como “real y presente” lo que leemos. Tal vez porque también nos identificamos con los problemas que plantea. No va lo dicho en descargo de lo expuesto anteriormente, pero me parece que nos puede ayudar a entenderlo.
Pero no hace al caso abundar más en lo ya dicho, sino abrir –una vez más- la puerta a la invitación de leer este libro mágico y poético que Miguel de Cerbantes (con b, como él firmaba) Saavedra nos dejó bajo el título primero de “El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha”. Vale.
González Alonso