CRÓNICA DE LA PRESENTACIÓN DE DOS NOVELAS DE MANUEL SOTO

Autor:

A la izquierda, J. J. Martínez Ferreiro (presentador); a la derecha, Manuel Soto (autor)

En esta artículo que os presento se narra la crónica de la presentación de dos magníficas novelas de Manuel Soto, que tuvo lugar el sábado día 23 de abril a las 20:00h en Santiago de Compostela. 

Buenas tardes, gracias por vuestra presencia en esta charla presentación de estas dos novelas: “Las niñas ordinarias” de Manuel Soto y “El demiurgo y Margarita” de M.S. Doscregos, pseudónimo del mismo Manuel Soto, que en su momento nos hablará de esta dualidad de autoría en su obra.

Os recomponiendo desde ya su lectura, por muchas razones que iremos abordando, pero sobre todo por su encanto, humor e inteligencia.

Conocí a Manuel creo que en 1982 u 83… En aquella década, que creo que fue, para este país, una de las más interesantes del siglo XX, tanto desde el punto de vista político como sociológico, cultural y creativo; aunque este tipo de afirmaciones siempre está un poco bajo sospecha, porque coincide con la de nuestra juventud, tanto la mía como la de Manuel y la de muchos de los que aquí están.

Ahora bien, nadie puede negar, la importancia de la ruptura y desmadre que se produjo en aquellos tiempos, después de la oscura época que parecía que íbamos dejando atrás, y digo parecía por razones obvias que están ahora de ferviente actualidad.

Como decía antes, conocí a Manuel en el 82, 83….

Una mañana después de una noche muy intensa, estábamos sentados tres amigos en las escaleras de la plaza de Quintana: Joss, Mele y yo. Joss nos propuso hacerle una visita a su amigo Manuel que regentaba una librería en San Roque, enfrente al colegio la Salle, porque, además, nos contaba el amigo Joss, tenía un barril de vino del Ulla en la trastienda de la librería. Manuel nos recibió con los brazos abiertos, e inmediatamente nos llevó al sagrado lugar. Allí departimos hasta bien entrada la noche alrededor del amigo de madera, exprimiendo la deliciosa esencia que llevaba dentro. Recuerdo que en algún momento vi a Melé durmiendo, con la cabeza apoyada en la billa, o grifo del barril.

De estos primeros encuentros surgió una amistad que creció en noches regadas con mucho alcohol entre conversaciones filosóficas, literarias, musicales, cinéfilas (recuerdo que destripábamos una y otra vez “Blade Runner”, una película que a todos nos parecía fascinante)

Todo esto marcaría de manera definitiva nuestra actitud ante la vida, siempre basculando entre el romanticismo, la ironía y el descreimiento, la búsqueda de una autenticidad presentable a nuestras conciencias, que quizás eran solo eso… demasiado bohemias, excesivamente románticas.

Concretamente en mi caso, desde la adolescencia escribía algunos poemas, todos ellos malísimos, pero fue a partir de estas vivencias con Manuel, Joss, José Luis, y con muchos otros amigos más, que me tomé muy en serio la poesía, y que desde hace ya muchos años considero la más importante actividad de mi vida. Creo que esto mismo podemos aplicarlo a la aventura literaria de Manuel, que es la que hoy nos trae aquí.

Desarrollaremos la introducción a estas obras y a su autor a modo de una pequeña entrevista:

Creo que antes de novelista fuiste un poeta que editaba algunos folletos de versos a través del colectivo “Papagayo”: cuéntanos algo de estos comienzos en la escritura.

R.- Como la inmensa mayoría de los escritores me inicio en la poesía nada más entrar en la adolescencia y, por supuesto, en mi primera juventud hice algún que otro intento de darme a conocer a nivel local editando unos cuantos ripios ingenuos de los que, por fortuna, no ha quedado rastro físico en publicaciones o libros ya que con toda seguridad me harían sonrojar violentamente si hoy en día me los encontrara por azar en cualquier parte. Recuerdo un folleto lírico que firmamos al alimón mi amiga Carmen Rábade y yo mismo que, en su momento, mereció el desprecio de un lector al que se lo ofrecimos en plena calle y que nos lo tiraría a la cara después de calificar su contenido de “florecillas de San Francisco, mamarrachadas que no hay por dónde cogerlas”. Carmen y yo éramos dos de los miembros del colectivo Papagayo, que fue un grupo minúsculo de no más de media docena de individuos reunidos en torno al encanto personal del pintor orensano Javier Riomao y el poeta coruñés Eduardo Lago o “Ledo” (ya no recuerdo exactamente su apellido), que fue quien me alertó del carácter descaradamente prosaico de mis poemas y me aconsejó que probara con el relato corto o la narración larga ya que, de no ser así, sería más que dudoso que yo pudiera tener algún futuro en el mundo de las letras. Ni que decir tiene que su consejo era acertado y se lo agradezco de corazón.

En conversaciones recientes me comentaste que en cuanto a tu producción literaria hay dos períodos: periodo ágrafo y periodo álgido. Háblanos un poco de esto.

R.- Se trata de una clara diferenciación que yo hago de mi larga actividad en la escritura. El período ágrafo sería aquel en el que apenas escribí nada relevante, sin que eso implique que no fuera útil, o incluso importante, para mi currículum como escritor porque, después de todo, fue en ese tiempo de casi absoluta sequía que concebí, aunque fuera de una forma vaga y nebulosa, varios de los libros que luego escribiría, o sea: cuando por fin me senté a escribir en serio, siendo este otro el que yo llamo período álgido. El período ágrafo coincidió, naturalmente, con los años en los que trabajé como médico y profesor, puesto que, debido fundamentalmente a la dispersión de mis actividades laborales y a las responsabilidades añadidas a esos oficios, entonces yo no era capaz de concentrarme en tareas que exigen una dedicación intensiva (hablo de la novela, sobre todo), es decir, que no era capaz de sostener una inmersión permanente en un determinado tema o mundo imaginativo del que uno no puede sacar la cabeza aunque quiera. Mientras que el período álgido, por el contrario, se inició precisamente con el abandono de las susodichas actividades laborales, cosa que sucedió a principios de este siglo aproximadamente, si bien no se haría efectiva hasta el año 2004, cuando, tras establecer de nuevo mi residencia en Santiago, comencé a trabajar con mayor disciplina y constancia en la literatura, tocando casi todos los géneros, desde el relato breve a la novela, pasado por el formato del dietario en los dos blogs literarios que mantuve operativos durante estos últimos años, y que acabarían dando lugar a otros tantos libros de escritos fragmentarios, cuyos títulos son El oficio de los malditos y Prosemario. 

Me gustaría que nos contases la perspectiva que tienes tú de ese período romántico al que me refería yo anteriormente.

La verdad es que —como yo mismo mientras me limité a vivir— casi todos mis personajes pertenecen a esa tradición, a la tradición romántica, en la medida en que suelen ser seres bastante radicales en sus planteamientos, poseedores de una gran energía vital que se manifiesta, por un lado, en su repetitiva tendencia a siempre comenzar de cero, y, por otro, en su enquistado anhelo de amor que les hace confiarse a los desconocidos a veces hasta extremos peligrosos, o, al menos, no demasiado prudentes. Y también se manifiesta, creo yo, en algunas escenas presentes en la mayoría de mis libros donde se da rienda suelta a cierta grandilocuencia sentimental, junto a un melancólico escepticismo que, a veces, puede pecar de pesimista, y otras desemboca en una ternura poco menos que dolorosa de tan intensa. Pero el romanticismo, en mi caso, no se trata de una postura ideológica sino, simple y llanamente, de un carácter; quiero decir que soy romántico como soy amable o ingenioso. Es algo que es en mí a mi pesar, y que me avergüenza un tanto, como nos avergüenza la timidez o la fealdad.

Habitan dentro del novelista que hoy nos ocupa dos heterónimos, M.S. Doscregos y Manuel Soto. ¿Nos podrías hablar de esta pareja de autores, cuándo escribe uno, y cuándo lo hace el otro?

R.- Bueno, en realidad solo se puede hablar de un seudónimo, Doscregos, porque el otro soy yo, es mi nombre real. Pero sí, desde el principio mismo de mi actividad literaria he recurrido a esta solución a la hora de firmar mis obras, y el criterio es el siguiente: las menos vinculadas a mi biografía, que poco o nada deben a mis propias vivencias, por lo general las firma Doscregos. Y las restantes, aquellas que se confeccionan con materiales fundamentalmente autobiográficos, o elaborados alrededor de pensamientos y obsesiones personales, normalmente me las adjudico, y las firmo con mi nombre y apellidos. Desde el principio supe instintivamente que necesitaba desdoblar mi autoría, por decirlo así, ya que, a un nivel inconsciente —o, mejor dicho, preconsciente—, creo que siempre fue mi intención tomar dos direcciones narrativas a la vez: una que se adentrase de forma decidida en mundos fantásticos que no tienen más legitimidad que la imaginación, y otra íntima y sentimental en un sentido llano, es decir: pegada a los sentimientos. Y, además, sabía también que debería desdoblarme haciendo que estas dos clases de literatura avanzaran en paralelo a ser posible, sin excesiva distancia una de la otra, aunque perfectamente separadas entre sí, de modo que no se pudieran emparentar con facilidad, o bien —llevando al extremo esa ausencia de parentesco— imputarse a autores diferentes incluso.

Algunas veces, como tú mismo me has contado, cuando no encuentras un hilo narrativo, matas el gusanillo con un género literario de propio cuño llamado prosemas, ¿Qué son los prosemas?

R.- El verdadero inventor de la palabra “prosema” es mi amigo Ángel Cobo, a quien se la oí por primera vez en el pub “Miudo”, donde él trabajaba de camarero, cuando intentaba explicarme sus composiciones poéticas que aspiraban a alcanzar la dignidad de las letras para canciones, más que a la de la poesía propiamente dicha, puesto que a Ángel, más que ser poeta, le habría gustado ser el letrista de Joaquín Sabina de no estar este puesto cogido ya por el propio cantante. Se trata, obviamente, de un neologismo bárbaro, de un monstruo lingüístico, porque, hablando con rigor, no existen en la naturaleza híbridos engendrados del cruce entre un poema y una prosa, y solo existe algo llamado “prosa poética”, que en absoluto es lo mismo. Un prosema sería —y la definición sí que me pertenece en exclusiva— una “obra de cierta extensión que no es exactamente el comedido resultado de prosificar, sino más bien un escrito de carácter ambiguo, o sea: que por su querencia poética podría alegar quizás un remoto parentesco con el verso libre, pero que en absoluto es un poema por supuesto, sino una prosa breve o prosita que, siguiendo las normas de uno u otro género literario, de la narrativa o de la poesía, admite o puede admitir el doble formato incluso en una misma y única redacción”. Yo llevo escribiendo prosemas desde hace años y confieso que en su mayor parte se me parecen mucho a poemas vulgares y corrientes: de ahí que suelen exigirme un esfuerzo extra para conseguir deformarlos lo suficiente de manera que los lectores no se confundan, algo que, como es lógico, resulta bastante agotador. Así que, últimamente, he decidido que no voy a escribir ninguno más a no ser que me los encarguen y me los paguen como es debido.

Entrando en la materia de las novelas que hoy presentamos: “El demiurgo y Margarita” de M. S. Doscregos y “Las niñas ordinarias” de Manuel Soto. Aunque obras muy distintas, en ambas podemos destacar un estilo narrativo que genera una voz propia que bascula entre el sarcasmo y el escepticismo, y entre el romanticismo y la ternura más intensas. Qué nos puedes contar de esta dicotomía estilística.

R.- Creo que a eso ya respondí hace un momento al hablar de mis dos firmas oficiales. Diré solamente que “Las Niñas” surgió de la necesidad de pagar una deuda contraída con una de esas personas extraordinarias e inolvidables que, siguiendo una órbita propia que solo ellas conocen, irrumpen un día en nuestra vida como verdaderos meteoros humanos, brillando tan intensamente que apenas podemos distinguir su forma ni su peculiar belleza si no es mediante la evocación posterior, es decir, luego de que desaparezcan igual de rápido y por la misma razón misteriosa que aparecieron. Mientras que “El Demiurgo”, en cambio, no se trata de ningún homenaje tardío porque no me la inspiró nadie en concreto, como tampoco se puede considerar una deuda en sentido estricto por más que yo siempre haya tenido en mente pagar algún día con un libro propio el placer proporcionado por la lectura de escritores como Bulgákov o Goethe, a quienes agradezco, eso sí, el título y el arranque de mi novela en el caso del ucraniano, y la idea central del argumento en el del alemán, idea que por supuesto fue extraída de su “Fausto” en la medida que mi protagonista vende también su alma al diablo, si bien lo hace a porcentaje (al 50%, si mal no recuerdo), no en su totalidad.

En ambas novelas tanto el tono como la multitud de excéntricos personajes que por ellas pululan particularmente me recuerda a la “Conjura de los necios” de Kennedy Toole, “La saga fuga de J.B” de Torrente Ballester, y El Maestro y Margarita de Bulgakov, (aquí el paralelismo/homenaje es evidente con El Demiurgo). De qué manera te han influido como escritor estos autores?

R.- ¡Uf! Mucho halago me haces metiéndome, aunque sea a presión, en el mismo saco de todos esos genios, pero ni mucho menos creo que esté a su nivel. A todos ellos los admiro demasiado para atreverme a ponerme a su altura, y, si soy sincero, ni siquiera me he atrevido a imitarlos, al menos no de forma consciente. Digamos a lo sumo que, como a ellos, a mí me gusta dejarme llevar por la imaginación, y procurar ser ameno al escribir; pero desde luego me falta la maravillosa capacidad fabuladora de Torrente, o el extraordinario sentido del humor de K. Toole, o la valiente, casi temeraria, ironía de Bulgákov  al imaginar que el diablo pudiera visitar Moscú poco después de la revolución bolchevique (yo solo me atreví a  tele-transportarlo desde el exoplaneta “Infierno” hasta Catanga, hasta una ciudad de ficción que no está en ningún mapa, y no hasta la capital del imperio soviético en plena era estalinista, algo para lo que había que tener un valor fuera de lo común).

Hablando de “Las niñas” y para que nos “destripes” un poco la novela: al protagonista “Enrique”, casi siempre se le nombra también como Jason, y a Sabela como Medea. Nos podías explicar un poco este paralelismo en referencia a estos mitos clásicos?

R.- Jasón y Medea forman una de las parejas más atractivas de la Mitología Clásica, donde el primero es el jefe de los Argonautas, y ella la princesa que le ayuda a hacerse con el Vellocino de oro, que era el tesoro a capturar por la expedición de los griegos a La Cólquide. Pero desde un punto de vista sicológico —o sicoanalítico, tanto monta—, Jasón es también un héroe “sospechoso”, un hombre incompleto (en el sentido de “debilitado”) porque se nos dice que, al desembarcar allá, calza una sola sandalia, y que, debido a ello,  va a precisar que Medea traicione a su familia, a su padre y a su hermano, para lograr sus objetivos. Sin ella, pues, jamás completaría su hazaña, y, tras su regreso a Grecia para vivir juntos y tener hijos, a ella le deberá todo lo que es, desde su prestigio hasta su fama. Sin embargo, poco después de volver, la abandona por otra más joven, y eso es por lo que Medea se volverá loca. En venganza contra el hombre que todavía ama, ella cometerá el peor de los crímenes, practicará la más escalofriante de las violencias, la violencia vicaria: matará a sus dos hijos, Feres y Mérmero. Naturalmente, no hay un paralelismo evidente entre tales personajes míticos y los míos, pues entre Enrique y Sabela en ningún momento hay un crimen tan salvaje de por medio. No obstante, en su desesperado deambular por Ribadeo también Enrique pierde una sandalia, cosa que le ocurre, asimismo, en el sueño inverosímil que le persigue allá por donde va desde el momento que abandona a su compañera. Y en cuanto a esta, a Sabela, también parece ser una mujer violenta, o eso nos insinúa Enrique al hacer alusión a su alcoholismo: en todo caso, es alguien por quién él siente cierto miedo al creerla capaz de dañarle de manera intencionada en venganza contra su infidelidad. Por otro lado, uno de los argumentos de la novela es el del supuesto crimen cometido por Dina en contra de su hija, de la violinista Amalia, y de hecho en alguna parte del libro se llega a decir que esa madre “es una Medea” ya que, por extensión, cualquier mujer capaz de matar a sus hijos merecería tal calificativo. Por tanto, la doble equivalencia Jasón-Enrique y Medea- Sabela es bastante pertinente, y funcionaría como un recordatorio constante de lo que ha ocurrido, o una anticipación de lo que va a ocurrir a lo largo de las páginas del relato.

En el tono claramente sarcástico de algunas partes de esta obra, sobre todo en su última parte, parece translucirse cierta parodia de la novelas y series televisivas de fantasía o detectivescas donde se riza tanto el guion que da lugar a situaciones un tanto artificiosas y puede que demasiado fantasiosas ¿Qué nos puedes decir de esto? ¿Es intencionado o son cuestiones de la interpretación subjetiva que pueda tener el lector?

R.- En la mía, en mi novela, desde luego hay algunos momentos en que la situación se vuelve sin duda delirante, sobre todo a partir de que los tres amigos de la violinista deciden convertirse en detectives aficionados y tratar de demostrar que su querida amiga no ha muerto por culpa de un simple accidente de tráfico, sino por una voluntad descaradamente homicida de la que ellos, en principio, acusan a la madre, que ha sido la última persona en verla con vida. Ese delirio latente en sus sospechas está justificado por el amor, por el gran afecto y admiración que los tres sienten hacia la difunta, y que les conmina a no resignarse con una explicación tan inadmisible como la del absurdo accidente de circulación: se puede decir que es un delirio ingenuo y comprensible que no sorprende a nadie. Ahora bien: enseguida comienzan a tomar en serio posibles pruebas policiales que ya no lo son tanto y que sorprenden por su manifiesto irrealismo, como por ejemplo la optografía, la supuesta posibilidad científica de fotografiar la retina de los muertos para descubrir, por ejemplo, a un hipotético asesino gracias a la última imagen fijada allí. Y a continuación el delirio continua con las pesquisas hechas en casa de la meiga Clemencia, donde les informan que, en efecto, la muerta no ha muerto de muerte natural sino asesinada por un bebé fantasma de apenas unos meses de edad que posee una fuerza hercúlea.  En fin: que sí, que el delirio es intencionado, naturalmente, porque era preciso testimoniar que, a veces, las personas no pueden aceptar la realidad pura y dura de la muerte de un ser querido y, para poder hacerlo, requieren dar un gran rodeo a través de suposiciones, de teorías y elucubraciones de todo tipo, hasta que al fin lo aceptan… O no, porque puede que al final sigan sin aceptarlo, como ocurre en el caso de Manola.

En el último tercio de la novela, Alba lleva a Enrique (Jasón) a Viavélez, Asturias, pueblo donde nació la prolífica novelista de la llamada novela rosa Corín Tellado, y que consta como el autor —en este caso autora— más leído en lengua castellana después de Cervantes. ¿Esta alusión es un detalle simplemente de homenaje a la novelista o es un guiño al tono del relato —digamos “romántico”— en este capítulo de la novela? 

R.- Ni una cosa ni otra: es solo una liebre que me saltó al camino mientras buscaba un pueblo en la costa asturiana a donde llevar de paseo a esos dos amantes, y solo más tarde me di cuenta de cuán oportuna había sido mi elección. Porque efectivamente: la excursión a Viavélez es una escena romántica donde las haya, con los dos examantes jugando a esquivar las olas que asaltan el malecón y sentándose después en una terraza del acantilado para cada uno ajustar cuentas con el otro mientras beben unos “culines” de sidra sabiendo positivamente que se están despidiendo para siempre. Sí, es muy romántica, pero en absoluto un guiño a Corín porque ella seguro que, por imperativo editorial, tendría que escribir un final feliz, mientras que yo —que para mi desgracia no sufro ese imperativo— hice todo lo contrario.

Leeremos ahora algunos pasajes de las dos novelas, para que nos comentes algo sobre ellos:

Del “Demiurgo y Margarita”

Antes de empezar haré una pequeña sinopsis de la novela:

La acción se desarrolla en Catanga un lugar situado en la región de “Ningunaparte”. Allí el personaje de ficción, el Dr. Fausto Balsa (también conocido bajo el nombre de Fabio Baluja), quiere escapar de la novela de la que es protagonista por estar en total desacuerdo con la vida que le hace llevar el autor de esta, el novelista “Alto Maier”. Para logarlo firma un contrato con el diablo para vender su alma. Un poco antes ha llegado a “Cantaga” la disparatada comitiva del Infierno compuesta por el jefe Mefistófeles, la subordinada Florinda, acompañada por 6 esbirros en forma de pajarracos con grandes órganos sexuales, bichos que comen de todo y pueden cambiar de tamaño bajo un conjuro latino, dando solución expeditiva a cualquier tipo de problema. A la farándula se unirán luego la escultural Lilita y Káspar Friedman, un pintor romántico alemán expulsado del infierno…

 El pasaje que sigue lo leo por la magnífica interpretación que hace el pintor Friedman de las desgracias humanas atribuidas al altísimo, además de explicarnos el significado profundo del porqué artístico.

…El pintor decía que Dios, con perdón, era una vaca que había que ordeñar despacio, con infinita paciencia y cuidado, pues el Ser Divino también vivía rodeado de una nube de moscas que le bebían las lágrimas y le picaban en el lomo con saña demoníaca, no dejándole nunca en paz, por lo que, como los bóvidos, era normal que reaccionara sacudiendo el rabo y propinando patadas a diestro y siniestro, ocasionando así las catástrofes colectivas y las calamidades individuales. Y decía, además, que a aquella Vaca (con perdón) solo sabían ordeñarla, en realidad, los poetas y los artistas en general, ya que en vez de leche daba poesía, es decir: lenguaje en imágenes que resultaban ser más nutritivas que el mismísimo maná porque, alimentándose de ellas, no solo crecían espiritualmente las personas, sino que sobrevivían y medraban los pueblos hasta convertirse en imperios, en civilizaciones…

Seguiremos con este otro:

…Se podía resumir en pocas palabras: su vida era un trazo recto, sin desvíos. Un trazo insulso, una obviedad sin matices turbios o, al menos, curiosos. Eso era lo que echaba en falta: algo que no tendría solución de no cambiar de demiurgo. La única solución para aquella “obra maestra” era que su protagonista se diese a la fuga: cuanto antes y cuantas veces fuese necesario. Era incómodo tener un espíritu insatisfecho, tanto en la vida real como en la ficción; pero más cuando es ficticia la única vida que se tiene y uno no es más que una proyección idealizada, el trasunto incorpóreo de un creador mediocre y frustrado en su propia vida… 

En estos y en otros momentos parecidos, el autor nos refiere la imposibilidad de libertad real, sometido a un sistema que deja al individuo escasas posibilidades.

R.- Se trata de una clara analogía entre lo que sucede tanto la vida real como en la ficción, de la incomodidad tanto de las personas como de los personajes a la hora de aceptar imposiciones ajenas que, independientemente de que sean oportunas y racionales, no condicen, no encajan con la personalidad ni de unas ni de otros.

En este otro párrafo, y después de encontrar a una posible compañera que literalmente le cae del cielo, parece encontrar una posible fuga de esa vida insulsa y obvia a la que le somete Alto Maier. Dice Fausto:

…Este sí que parecía un comienzo prometedor ya que no respondía a un plan preconcebido: aquí no había un guion escrito al que ajustarse y remitirse a cada paso, cada vez que el afán centrífugo de la libertad creadora nos desviase del objetivo, siguiendo con espíritu aventurero los múltiples senderos de la disertación que parten en todas direcciones desde una única encrucijada…. 

Háblanos un poco de todo esto. 

R.- Que su destino tenga un guion prefijado inquieta e incómoda sobremanera al doctor Fausto, de ahí el giro radical y entusiasta que acomete tras la aparición de la angélica Margarita, quien representa para él la posibilidad de la verdadera aventura, que por definición ha de ser imprevisible al tiempo que liberadora, de forma que nos comprometa a fondo y de inmediato con nuestro deseo, un concepto que en este contexto equivale al denominado “pensamiento del corazón”, naturalmente.

En esta otra parte de la obra Alto Maier elabora estrategias en su novela para que Fausto no se salga con la suya y tenerlo firmemente sujeto al guion por él establecido:

La buena literatura exigía, a veces, estos sacrificios, y él estaba obligado a tragarse el orgullo en aras de tal objetivo. La seria reprimenda dada a su personaje, pensada y ejecutada solo para recuperar el control de su obra, quedó, pues, en mero toque de advertencia y ni siquiera en eso: cualquier lector atento (si su libro llegaba algún día a tener lectores, naturalmente) diría que, en realidad, había sido el Dr. Fausto el que saliera reforzado tras aquel encontronazo…

Desde tu experiencia como novelista ¿Hasta qué punto el autor está condicionado por la personalidad de sus personajes?

R.- De nuevo tropezamos aquí con el tema de la tensión latente e insoportable entre el diseño previo hecho por el demiurgo o autor y lo que le demanda su personaje, con el juego o pulso que mueve y convierte en verosímil toda la trama, y que, finalmente, al no ser así, la hace descarrilar. Esa es la ironía central de la novela: la burla o escarnio de cualquier autor que pretenda dirigir aleatoriamente a sus personajes, en contra incluso de su carácter y sicología, algo que caracteriza al mal novelista y que, por supuesto, debe denunciarse siempre.

De las “Niñas ordinarias”                         

Antes de empezar con la lectura de algunos párrafos, cuéntanos algo de esas tres líneas argumentales de las “Niñas ordinarias” que, según tú, articulan la novela y que el otro día me comentaste: 

R-. Sí, son tres líneas o hilos argumentales que se van entrelazando como una malla a lo largo de la novela.

    1ª La incapacidad de amar de Enrique Mainz.

Mi novela se estructura en torno a una serie de personas que van interaccionando con el protagonista (que, a veces, también es el narrador) desde el momento en que este, de forma más impulsiva que reflexiva, abandona a la mujer con la que ha convivido durante más de una década. Como ya adelanté, en su conciencia este hombre ha asumido el papel del héroe trágico Jasón tras abandonar a su esposa Medea, y la fuga de este Jasón contemporáneo comienza con un sueño sangriento que él califica de “inverosímil” porque no le encuentra sentido, enigma que aprovechará para intentar enamorar a otra mujer con la que rehacer su vida. Sin embargo, al no ser, en realidad, más que un fugitivo que no ha tenido el valor necesario para enfrentar cara a cara su fracaso matrimonial, su voluntad de rápidamente volver a amar no demuestra sino su profunda necesidad de huir de sí mismo, de su mala conciencia, y por ello se apresura en exceso al elegir a las personas, ya que lo que precisa, en el fondo, es sentirse a salvo de la culpa que arrastra y que quiere sofocar declarándole su amor a la primera desconocida que se cruza en su camino. Más tal declaración, como es lógico, despierta en seguida la desconfianza y el miedo en el corazón de la elegida, la profesora Alba Robles, quien, a pesar de corresponder a su pasión, se resiste a entregársele con la excusa de no querer herir a su actual novio, con quien dice estar barajando la posibilidad de formar una familia. Será esta frustrante resistencia la que acabe por desesperar al protagonista que, como buen romántico, de cada relación sentimental anhela el mismo absoluto amoroso de siempre, por lo que, al no hallarlo de forma inmediata, inequívoca y espontánea, inevitablemente desiste de sus propios sentimientos, en teoría firmes e indudables, lanzándose de cabeza a nuevas y sucesivas aventuras. Es así como entra en contacto con la violinista Amalia, que se define a sí misma como una “chica ordinaria”, y cuya franqueza y sencillez de intenciones contrasta con la duplicidad y la ambigüedad de la “complicada” Alba, consiguiendo que Jasón se refugie momentáneamente en ella para olvidar a la bella profesora, o al menos para enfriar su obsesión por ella. Así, pues, Amalia no podrá ser más que otro lugar de tránsito, otro peldaño inseguro en la larga escalera del desamor, puesto que ni siquiera es una consecuencia legítima de aquel anhelo de absoluto del que hemos hablado antes, y, por tanto, también ella se quedará atrás en el prolongado descenso al infierno de nuestro héroe-antihéroe, que no encontrará reposo hasta mucho después, cuando tropiece con Tosca, alguien que es una vieja amiga de su pasado, una mujer madura, generosa e inteligente que le ofrecerá un cuerpo solidario con el suyo y un espíritu dialéctico y comprensivo que le ayudará a calmarse al fin… Si bien solo relativamente, por supuesto.  

2ª La rivalidad entre Míster Ventrículo y el héroe.

En paralelo a lo anterior existe un enfrentamiento o disputa que recorre toda la novela, prácticamente desde la primera a la última página, y que atañe a los dos hombres que cortejan a la profesora Alba Robles con métodos e intenciones completamente distintos y hasta opuestos: el primer seductor, Enrique, desea conquistarla porque cree ver en ella su última oportunidad de poder amar, ese eterno “imposible” que él nunca dejará de perseguir; y el segundo, en cambio, solo la pretende para convertirla en su amante, para emprender la peligrosa aventura del adulterio que, paradójicamente, habrá de servirle para salvar su matrimonio. Ambos se figuran que podrán obtener de ella todo aquello con lo que sueñan, ambos están seguros de conocerla mejor que su rival y, por tanto, de tener mayores posibilidades que él de resultar triunfadores en la pugna: ninguno de los dos sospecha que será ella quien, a fin de cuentas, les acabe utilizando a ambos. La lucha de poder entre estos dos hombres es uno de los motores que ponen en marcha el mecanismo interno de la novela, y que, al final, explicará también su desenlace puesto que el duelo entre ambos se renueva, recomienza en la última escena del libro, solo que allí el objeto de la disputa no serán ya los favores sexuales de una mujer hermosa sino la felicidad de una niña al sentir de pronto que está volando por los aires, como los pájaros. El círculo se cierra con esa escena postrera pues, sin quererlo, los que hasta ahora eran enemigos acérrimos terminan ayudándose mutuamente, tanto es así que se puede afirmar que cada cual se libera precisamente gracias a la intercesión del otro. Es en ese momento que concluye la lucha y, con ella, el libro, ya que la tensión creativa que lo sustentaba ha desaparecido y, sin ella, nada queda por narrar.

3ª El misterio de la muerte de Amalia.

El tercer hilo del relato es un enigma policíaco que comienza con un accidente de tráfico por completo inexplicable en el que pierde la vida la joven y alegre violinista que Enrique conoce la misma noche en que Alba le traiciona acostándose con Alfredo Portavales (Míster Ventrículo). Nuestro héroe siempre ha lamentado las circunstancias temporales de ese encuentro puesto que (piensa él) de haber ocurrido en otro momento tal vez habría podido desarrollar hacia ella otra clase de sentimientos, y acaso llegar a enamorarse incluso. Se siente culpable de haber llegado a la vida de Amalia a destiempo, y por eso, en cuanto le comunican los desconcertantes datos existentes en torno a su muerte, se inclina a pensar que hay algo oscuro en ella, que esta tiene muy poco de accidental y, en cambio, bastante de intencionada. De este modo, y junto con los amigos más íntimos de la violinista, se embarca en una investigación propia de detectives aficionados que pronto señalará a su familia, a su madre y hermanos, como posibles sospechosos de un complot homicida del que ella ha sido víctima. Las pesquisas tomarán en seguida un cariz sobrenatural al conducir a los investigadores a la presencia de una meiga fabricante de chorizos caseros que asegura poseer el don de comunicarse con los muertos que quedan retenidos en la “Tierra de nadie” y no consiguen atravesar el filtro que da acceso al Más Allá: esta les confirma que, en efecto, su amiga ha sido asesinada, aunque no por alguien vivo, sino por una entidad espiritual dotada de una fuerza prodigiosa capaz de manifestarse en el mundo físico, de forma que para ella desnucar a alguien es un juego de niños, una cosa terriblemente fácil de llevar a cabo. Naturalmente, las revelaciones de la meiga son puestas rápidamente en entredicho y se descartan por fantasiosas y demenciales, pero con el tiempo volverán a ser tomadas en consideración, al menos por parte de Manola, que es la menos racionalista de los tres amigos de Amalia que buscan una explicación a su misterioso final. Particularmente, nuestro héroe sacará más tarde sus propias conclusiones cuando, al regresar del funeral, descubre que, antes de morir, su amiga ha remitido a su nombre un paquete postal con las últimas sandalias que gastó en vida, una promesa que ella le había hecho al término de su relación amorosa y que, en apariencia, viene a certificar que se ha suicidado. No obstante, tal certificación es imposible de verificar y, en el fondo, el misterio continuará sin resolverse… 

Destaco este párrafo, simplemente por la magnífica descripción literaria que se hace del paisaje a través de una ventana:

….Sin levantarme, mirando a través de su mirada, puedo ver al otro lado de la ventana la ancha lengua de agua gris y rizada adentrándose en tierra firme, las redes de hierro del ferrocarril en la ribera, y las enormes grúas pintadas de azul inclinándose sobre los tejados de las lonjas como jirafas que ramonean en una pradera de uralita…..

Empecemos… Habla Jasón

….—Para elegir —la contradijo Jasón mirando con trágica tristeza la luz del alba que palmo a palmo se adueñaba del cuarto— hay que estar dispuesto a ser cruel, y no una vez sino siempre que sea necesario. Para ser libres hay que ser fuertes, y viceversa. Y la condición previa para ambas cosas es cierta dosis de crueldad incluso con nuestros seres queridos, no solo con nosotros mismos. ¿A ti no te cuesta admitirlo? ¿No te cuesta aceptar que también los libres tengan su prisión en su libertad…

Me gustaría que nos comentases un poco esta relación entre crueldad y libertad.

R.- Para contestar a esta pregunta debo relacionar dos ideas que están muy presentes en la sicología de Enrique, que es el emisor de esa frase: la primera es la culpabilidad y la segunda la injusticia. La culpabilidad procede evidentemente de su reciente fuga del hogar que hasta unos días antes compartía con Sabela, fuga que parece llevar a cabo por sorpresa, ya que se da a entender que no hubo ningún otro episodio previo de alejamiento que hubiera podido poner en alerta a su compañera. Se siente casi un traidor por culpa de esa ruptura realizada “a la francesa”, sin preavisos de ninguna clase, y de ahí que hable de crueldad a la hora de elegir, pues el deseo experimentado por otra mujer le ha arrebatado de una manera inesperada y violenta que, de repente, le obligó a tomar decisiones que nunca antes había pensado tomar. Al mismo tiempo percibe en su elección un cierto grado de injusticia ya que toda elección amorosa se hace a costa del resto de los seres humanos, es decir, de todos aquellos a quienes no elegimos, y que, en otras circunstancias, tal vez habrían podido tener su oportunidad también. Las dos ideas se juntan en esa hora de enorme tensión que él vive para, al menos en parte, desgarrarle interiormente puesto que, al ser una persona íntegra, quiere responder con urgencia a la llamada del deseo y no demorar la respuesta para así jugar limpio con el otro, con la persona elegida. De ahí que diga que la libertad nos exige ser fuertes, y que siendo fuertes es inevitable ser crueles con aquellos que debemos dejar atrás para seguir siendo verdaderos, entre los cuales estamos nosotros incluidos pues aquel que hasta ahora hemos sido también ha de ser abandonado para poder continuar adelante. Y esto último es lo que explica esa frase que, en principio, parece contradictoria —eso de que los libres tienen su prisión en su libertad— puesto que ellos no pueden librarse de ejercerla. 

Amalia es uno de los personajes más fascinantes de esta novela sobre todo por su valentía frente a una vida que le negó todo. Aprovechando este párrafo que paso a leer, me gustaría que nos hablases un poco de este personaje:

Amalia era como esa flor extraña y maravillosa que, contra todo pronóstico de las leyes naturales, brota de una planta marchita que se ha quedado sin oxígeno, enterrada bajo una montaña de estiércol. De ahí nació, precisamente esos eran sus orígenes: un montón de mierda, puedes creerme…

R.- La singularidad de la protagonista procede tanto de sus orígenes sociales como de su voluntad y personalidad excéntricas, que le confieren un fulgor deslumbrante a juicio de Enrique, y a la vez una intensidad humana que le intimida y amedrenta precisamente por su descaro y espontaneidad, por la rara belleza que destila y que él tardará demasiado en apreciar.

Me gustaría, por último, terminar con esta pregunta: 

En nuestro reencuentro de 2017 con motivo de la presentación, aquí en Santiago, de mi poemario “Las páginas del agua”, me dejaste con la boca abierta cuando me contaste que tenías unas 10 novelas publicadas en Amazon mediante el sistema de la autopublicación. ¿Cómo fue esa aventura “liberadora” de la autopublicación, como tú dices?

R: Una de las muchas ventajas traídas por la tecnología informática es, sin duda, la posibilidad de la edición a cargo de un autor de sus propios textos, junto a la de la impresión a demanda, acciones que permitirán a ese autor liberarse de la necesidad de encontrar a un editor profesional para poder ver publicados sus trabajos con un mínimo de calidad, aunque no se libre de los obstáculos habituales que se suelen dar para su reconocimiento por parte de los lectores, pues, al carecer él de las condiciones que gozan aquellos que consiguen el patrocinio de una editorial, lo normal es que tales obstáculos se multipliquen, limitando su difusión y la distribución de su obra en el mercado. Entonces: si por un lado escapamos nosotros, los escritores que autopublicamos, a la “maldición de lo inédito” de la que ya hablaba Machado en su “Juan de Mairena”, por otro debemos aceptar los inconvenientes que lleva aparejados, entre los cuales el más grave es, como es obvio, la enorme dificultad para darse a conocer. No obstante, y aunque una cosa no compense la otra, la autopublicación repara, al menos parcialmente, la muy extendida frustración de que nadie en la industria editorial quiera publicarnos, rechazo que, además de una grave afrenta a nuestra vanidad, suele ser una profunda herida en nuestra autoestima, con independencia de lo meritorias que sean nuestras creaciones. Así que, aunque no haga más que eso —mejorar nuestra autoestima— ya es bastante considerando de dónde venimos.

Aquí tenéis los enlaces de las novelas en Amazon:

El Demiurgo y Margarita: https://www.amazon.es/EL-DEMIURGO-MARGARITA-M-Doscregos/dp/1980606617/ref=sr_1_1?__mk_es_ES=%C3%85M%C3%85%C5%BD%C3%95%C3%91&crid=HAARAEYHBMVG&keywords=El+demiurgo+y+margarita&qid=1651080311&sprefix=el+demiurgo+y+margarita%2Caps%2C87&sr=8-1

Las niñas ordinarias:  https://www.amazon.es/LAS-NIÑAS-ORDINARIAS-Manuel-Soto-ebook/dp/B07HDGM27B/ref=sr_1_1?__mk_es_ES=ÅMÅŽÕÑ&crid=38PI8O0L1NY9H&keywords=Las+niñas+ordinarias&qid=1650794487&s=digital-text&sprefix=las+niñas+ordinarias%2Cdigital-text%2C91&sr=1-1

 

 

 

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