Y Miguel Hernández nos dice ¡Sálvate!

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Autor: Armilo Brotón

Hay un rojo que convoca al mundo, es sangre y aurora boreal ¿Dónde radica la fuerza en la poesía en Miguel Hernández? ¿Por qué una obra relativamente corta se sitúa en las cimas de la literatura española y es tan recordada a nivel popular? Por la tremenda pasión que desprenden sus versos, por la capacidad de hacernos sentir esa energía básica que nos mueve, cada día, a seguir peleando por lo que amamos.

“Sentado sobre los muertos
que se han callado en dos meses,
beso zapatos vacíos
y empuño rabiosamente
la mano del corazón
y el alma que lo sostiene.

Que mi voz suba a los montes
y baje a la tierra y truene,
eso pide mi garganta
desde ahora y desde siempre.”

Y un poema tan emblemático como Elegía, no deja de ser un grito a la vida e incluso a la libertad. Lamentando, con amargura, la muerte de su amigo, nunca deja de escarbar la tierra para encontrarlo y resucitarlo en verso, lo que mejor sabía hacer. Una parte importante de esos tercetos encadenados, se mueven en torno a una visión naturalista de la existencia, en continua regeneración; la rueda sigue girando sin parar. La materia humana se diluye en la tierra, se hace estiércol y amanece en una nueva vida; un ciclo perpetuo de amorosa estancia. Nos quedan en la memoria las figuras estilísticas y retóricas, cuidadosamente utilizadas, que nos golpean fuerte la boca, tremendamente vitales: anáforas, hipérboles, aliteraciones conjuntan una arquitectura del poema en el que no hay resquicio para la derrota. La fuerza del vocabulario elegido -escarbar, estridentes, dentelladas, tormenta, minar, rayo- refuerza la sensación de nuestro poder sobre algo tan irremediable como es la muerte.

“Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.

Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.
Volverás a mi huerto y a mi higuera”

Así sucede en muchos otros poemas suyos. Los tres temas fundamentales en la poesía hernandiana son vida, como bien expresa en sus versos:

“…los tres nombres de la vida:
vida, muerte, amor…”

“Llegó con tres heridas:
la del amor,
la de la muerte,
la de la vida.“

Casi un treinta por ciento de las palabras que sustentan sus poemas están relacionadas con estos tres conceptos y sobre todo, esa imagen que tenemos, en la memoria, de su rostro, de su sonrisa llena optimismo. Su brazo levantado, horadando al cielo de la esperanza.

Si hay un poeta en el que se implica sin solución de continuidad vida y obra es Miguel, muy corta vida, por las circunstancias que le tocaron y su impronta cultural y genética. ¡Hernández, ahí radica tu atracción hoy y la de tu poesía! Creo que se podría describir perfectamente su trayectoria vital a través de sus versos y escritos, sin la mayor impostura. Aunque haya una transformación lírica a veces muy intrincada en sus primeras obras pues, contra lo que se cree popularmente, Miguel no era un poeta cabrero ni totalmente autodidacta -estudió durante diez años y tenía a su disposición amplias bibliotecas como la del Obispo Almarcha y la de Sijé-, sus versos son martillo, y generan olas sobre las que desplazarnos un poco más allá de lo permitido ¿no es esto uno de los objetivos de la poesía?

La poesía de Miguel, en resumen, es el romero contumaz que crece en la roca pelada; en la sierra Oriolana de la Cruz donde se yergue el seminario y el castillo árabe; donde tuvo una visión completa del valle y sus contradicciones. Hago una reflexión desde la impronta que marca su espacio físico; en su tierra, que también es la mía por nacimiento. Desde Orihuela, suelo de contrastes donde crecen en secano los lenticos que adornan la corona de los muertos -símbolo de supervivencia y carácter- y el vergel que proporciona un río, el Segura, que permite, a una huerta, haber sido alcancía de dos Españas, la republicana y la conservadora. En la mezcla de sangres contradictorias, en las luchas que han generado una estirpe pasional. Desde las múltiples iglesias y conventos se va a al más despiadado sentimiento existencial. Y el único nexo es la sangre. Hablo desde los paseos entre palmeras, hablo desde el olor a tomillo de la sierra y el azahar de los naranjos. Del olor a incienso y pólvora nevada en las noches de San Juan, cuando hay que incinerarlo todo. Nunca se ha quemado tanto arte como en las plazas levantinas, tierra de lo efímero y por tanto de lo sustancial.

“Pintada, no vacía:
pintada está mi casa
del color de las grandes
pasiones y desgracias.

Regresará del llanto
adonde fue llevada
con su desierta mesa
con su ruinosa cama.

Florecerán los besos
sobre las almohadas.”

Sí, hay un cierto contrasentido dedicar unas palabras de homenaje a la muerte de alguien que era vida en su vida. Si alguna vez me siento deprimido, recuerdo un poema, un primer poema que me ató al verso, metáfora del coraje de vivir que para Miguel era el toro:

“Sálvate.
Despierta, toro: esgrime, desencadena, víbrate.
Levanta, toro: truena, toro, abalánzate.
Atorbellínate, toro: revuélvete.
Sálvate, denso toro de emoción y de España.
Sálvate.”

Sálvate nos dice. La mayor parte de sus potentes imágenes rondan la pasión por todo lo que significa sentirse vivo y hoy, que gran parte de la poesía no parece más que una constante lamentación de existir, es necesaria la de Miguel para inflamar nuestra palabra. Luchó hasta el último momento por el respeto y la libertad a los principios que determinan al hombre y aunque la intransigencia pudrió su cuerpo, no pudo con su espíritu y así nos dejó un ejemplo de entereza y un impagable mensaje de amor por lo que merece la pena.

Queda en su casa una higuera a la que cantó, otro símbolo pertinaz de supervivencia:

“Abiertos, dulces sexos femeninos,
o negros, o verdales:
mínimas botas de morados vinos,
cerrados: genitales
lo mismo que horas fúnebres e iguales

Rumores de almidón y de camisa:
¡frenesí! de rumores en hoja verderol, falda precisa,
justa de alrededores
para cubrir adánicos rubores.”

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